Me parece increíble que una de las sagas de mis amores cumpla este año 40, un número para nada despreciable si tomamos en cuenta que se encuentra más vigente que nunca. Con un estreno programado por año, mi corazón ñoño es feliz de saber que no faltará merchadising que ver o comprar tanto para mi como para mi marido o retoño que también son fanáticos. Me encanta dormir en su cuarto con Tie Fighters, X-Wings y la estrella de la muerte en el techo, mi pieza soñada de niña. Como les digo a mis amigos: Es un maravilloso momento para ser ñoño!

Y la culpable de todo esto tiene nombre: mi tía Eugenia. Ella vivió en primera persona el estreno de Star Wars en Argentina. Me contó que incluso hubo personas disfrazadas de Troopers a la entrada de los cines, para la época, lo que se hizo al otro lado de la cordillera fue todo un suceso. De ese viaje se trajo un casco de Darth Vader, tanto mis primos como yo jugamos mucho con esa joya, hoy tengo el mío propio (está bien, es de mi esposo, pero me lo presta). La primera vez que vi la película fue en su casa, en un VHS que ella tenía. La vimos con Ignacio, mi primo y me voló la mente. Me encantó de inmediato. No recuerdo mi edad, debo haber tenido unos cinco años, pues mi hermana aún no nacía. Jugamos toda la tarde que nos quedó entre naves espaciales hechas con cartón y mucha imaginación, tal como fuese hecha con más pasión que plata la primera cinta acerca de esta galaxia muy muy lejana. Fue tanta la fascinación, que me copiaron la película y terminé por rayar la cinta de tanto que me repetí el plato.
Posteriormente vi las dos secuelas siguientes, siempre en Tv. En ese tiempo pasaban las películas por la Tv nacional y había que lograr acuerdos con mis padres para poder «trasnochar». Para mí de niña el amor de mi padre quedó más que demostrado cuando en una oportunidad se dio el trabajo de grabar la trilogía de la tele cortando los comerciales. El mejor regalo para su pequeña nerd, que sufrió un montón cuando por error le grabaron un episodio de Cuna de Lobos encima, esa teleserie con la tuerta del demonio y los parches del color del vestido. Eran tiempos en que la vida era simple, sin celulares o internet, donde aún existían muy pocos video clubs y recuperar tu película era difícil. Más aún tener algún juguete, pero con mi abuelo hicimos un descubrimiento maravilloso paseando en Calle Valparaiso un día viernes de los 80 en Viña del Mar. En una tienda llamada Casa Lily encontramos que estaban liquidando los juguetes de la trilogía. Mi abuelo compró varias y nos las fue entregando como premio a buenas notas y comportamiento.
Pasaron los años y salió la remasterización de la trilogía y su estreno en el cine. En esa época pololeaba ya con mi marido y lloré como una niñita chica al escuchar los primeros acordes y apagarse la luz en el cine. La publicidad de el reestreno mostraba un televisor y las naves saliendo de la pantalla. Les confieso que casi eso mismo sentí, muchas escenas las pude ver con mayor perspectiva y captar los detalles. Fue maravilloso, dos tórtolos ñoños disfrutando de una forma que nadie podría entender.
Para Pepe, mi esposo, la historia es un poco diferente. Él vio la primera película en el cine en función de rotativo en Osorno con sólo 3 años. Su madre tuvo que salir y lo mandó al cine acompañado de una niñera que ya tenía sus años, de hecho la última película que la señora había visto hasta ese día era una de Palito Ortega. Imaginen la impresión que se llevó con naves espaciales, disparos y espadas láser…Mientras el pequeño Pepe estaba con sonrisa de oreja a oreja, casi en trance y con la suerte que por la hora acordada para reunirse con su mamá, pudo repetirse la película. Desde ahí nació un monstruo del cine y amante del género que agradezco Dios haya puesto en mi camino tan joven.
Cuando salió La Amenaza Fantasma, ya estaba en la universidad, Pepe pudo verla antes por un viaje de trabajo a USA, me trajo de regalo una polera y guardó silencio hasta que pudiera verla. Con unas amigas nos escapamos de clase para ir a la primera función en el estreno, aún conservo el diploma que me dieron ese día. Finalmente, casi la mitad de la sala eran compañeros de la universidad con los que casualmente nos encontramos, sin saber de su fanatismo. Si bien, no resultó ser la mejor película de Star Wars, salí contenta. Luego vinieron las dos películas siguientes y el tema se enfrió un poco para el común de los mortales, nunca para el fanático. Cuando mi esposo cumplió 30 le compré una Master Réplica, fue el «adulto» más feliz del mundo, mi sorpresa fue mayúscula cuando le mostró su tesoro a mi abuela Iris, con más de ochenta años, no se quedó tranquila hasta que le sacamos una foto con la espada láser como toda una Jedi.

Tengo que reconocer que hemos conocido amigos maravillosos que hoy son familia gracias a Star Wars. No es el único tema que hablamos, pero nunca falta un chiste interno que sólo un buen fan entenderá.

Hoy somos tres fanáticos, cuando mi hijo tarareó por gusto la Marcha Imperial, se me recogió corazón. Imagínense la coincidencia, pudo ver su primera película de Star Wars (El Despertar de la Fuerza) en el cine a la misma edad de su padre. La vimos en familia, en español. Pero sus padres fanáticos se pidieron el día para verla en la primera función de IMAX en su estreno subtitulada, obvio que varios de nuestros amigos hicieron lo mismo y nos juntamos un buen número.
Con Rogue One fue especial, una historia completamente nueva, pero con el retorno al ambiente de la trilogía original. Llegamos derechito a casa a ver A New Hope, como dice el gran Francisco Ortega: Todo tiene que ver con Star Wars…

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