Soy miedosa, siempre lo he asumido; desde los parques de diversiones, ir al baño de noche e incluso las polillas que a veces se acercan demasiado a la pantalla del computador. Como comprenderán los juegos no se excluyen de mis «¡DANGER!» auto-impuestos y es por eso que el miedo fue grande la primera vez que me enfrente a Bowser con solo 2 o 3 años.

El terror nunca ha sido mi fuerte como tal y he tratado de no enfrentarme a ello ya sea en formato de películas o juegos, pero tuve acercamientos a estos desde muy pequeña. 

No tenía más de 5 años al conocer Resident Evil 2

El juego de Capcom me encantaba pero a la vez moría de susto cada vez que veía a mis tíos o mi papá jugarlo. Cuando tomé por primera vez el mando fue una experiencia casi dramática.

Susto, susto, susto.

Yo no debía estar jugando eso pero no me importó, tenía miedo pero la idea de aventura me llamaba. Así fue como poco a poco me acostumbré a la idea de los «zombies» y la saga se volvió una de mis favoritas. De todas formas a los 15 me aterraba el sonido del verdugo mientras jugaba a Los Mercenarios en el RE5, aunque sabía que con solo tres tiros de escopeta podría matarlo.

Luego de alejarme de las películas y juegos de terror (que no fuera RE) durante los años siguientes, cursando mis 14 años en el 2012 una nueva forma de terror llegó de la mano de Internet: los creepypastas.

El lugar donde pasaba más horas de las debidas jugando y viendo vídeos de Hannah Montana me jugó una mala pasada cuando la popularidad de las historias ficticias llegaron a mis odios y a la de los desarrolladores de  videojuegos. El miedo más irracional de mi adolescencia fue Slenderman.

Busque muchas historias sobre este ser, desde imágenes evidentemente editadas de siglos pasados e historias que contaban (con una mala ortografía) como al hijo del primo del perrito del tío que tenía de vecina a mi abuela había tenido un encuentro cercano con dicho monstruo. Por más tonto que sonara todo lo que mencioné anteriormente (tanto por separado como en su conjunto), dentro de mi cabeza funcionaba como terror del bueno y digamos que el hecho de vivir en un lugar con todas las características que gustaba el personaje no ayudaba mucho.

Todo esto como preparación al juego, pero por supuesto nunca me sentí preparada y así fue como un día en los computadores del colegio me vi frente a la ventana del juego abierto y audífonos cuya procedencia no recuerdo.

No duraba mucho, a lo más un par de notas antes de que el espectro me atacara y yo saltara del asiento en silencio porque me daba vergüenza que el resto notara que jugaba (los tiempos han cambiado) y lo aterrada que estaba. Nunca más lo jugué.

Mi siguiente encuentro con el género de terror fue el año 2014. Me atreví a ver El Conjuro y jugar OutLast, a petición de un amigo con el cual me juntaba a hacer trabajos después de clase.

El Conjuro fue una tortura de dos horas seguidas, pero OutLast fue un sufrimiento que se repetía una vez a la semana, por casi 3 meses. No podía avanzar mucho porque el juego no era mío y sinceramente no quería seguir, pero como buena gamer, cada juego que empezaba debía ser terminado.

Debo asumir que no recuerdo mucho lo que pasaba ni escenas específicas, en parte porque mi mente lo bloqueó.

Todo estuvo en calma hasta este año, cuando Bandai Namco hizo llegar a mis manos Get Even, un shooter en primera persona que mezclaba la supervivencia con el terror psicológico.

Dolores de cabeza abundaban, la densidad del juego y un thriller que sin duda pone los pelos de puntas. ¿Exagero? Probablemente, pero la experiencia fue distinta a lo que recordaba con los videojuegos del tipo, el susto era algo placentero que venía acompañado de la consistente historia.

¿Qué siento acerca de los juegos de terror?

Me asusta pero me gusta.

Aún no sé si esté preparada para enfrentarme a uno, creo que no al menos a corto plazo. Pretendo tener una cuota al año.

¿Jugaré algo terrorífico por la ocasión? 

¿JustDance cuenta?

El amor por los juegos es grande, pero por otro lado, dudo que me dejen de aterrar las películas, la oscuridad y el quedarme sin papel higiénico en un casa ajena.

 

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