Durante esta semana les compartí una reseña de un libro que me quise tomar mi tiempo porque realmente es algo que me gustó mucho: un libro de filosofía que no hablaba completamente de filosofía. O algo parecido.

La idea central del libro establece lo notable que se sigue a estos hombres desde 1919 y coinciden en 1929 en el examen oral de doctorado más extraño de todos: el estudiante en cuestión era un hombre austriaco de 40 años que trabajaba de profesor en una escuela. Su nombre era Ludwig Wittgenstein.  Pero él aseguraba que después de su primera obra (que había escrito hace varios años antes de este momento) había «resuelto todos los problemas del pensamiento». Esa fue justamente su tesis.

Quizá lo más insólito, es que los examinadores que ya eran eminencias en el asunto: Bertrand Russell y G. E. Moore después de aquello le hicieron mil preguntas, partiendo por la principal: ¿qué había querido decir ahí?  Y después de balbucear un poco, Wittgenstein frustrado, solo se limitó a darle unas palmadas en los hombros y decirles a los examinadores que, «de todas maneras nunca lo entenderían».

Afortunadamente, para él, lo aprobaron.

Y con esa anécdota, comprendí que esto no es exactamente un libro de filosofía para describir lo que es solo la teoría, sino ir un paso más allá. Porque no es común encontrar en que se hable de una ciencia así como que fuera un relato casi épico. Y sin embargo, el filósofo y periodista alemán Wolfram Eilenberger lo logra. Porque cuando relata la reunión de estos hombres, realmente se siente como un concilio de magos para invocar espíritus del pensamiento para exorcizar y crear algo nuevo.

Estos hombres son, tres alemanes Walter Benjamin, Martin Heidegger, Ernst Cassirer y el austriaco Ludwig Wittgenstein, que sin duda muestra la mejor defensa para una tesis. Todos ellos son sumamente famosos hoy, pero, nadie entiende bien porqué. Pero esa es una de las razones por las cuales este libro es tan interesante.

El contexto en 1919 de estos cuatro hombres es el siguiente y dista mucho de lo que uno podría esperar de cuatro mentes que ayudaron a construir el pensamiento moderno:

«el doctor Benjamin huye de su padre, el subteniente Wittgenstein comete un suicidio económico, el profesor auxiliar Heidegger abandona la fe y monsieur Cassirer trabaja en el tranvía para inspirarse».

Auch.

Es más, el libro es sumamente enfático en mostrar luz y sombras de cómo ellos vivían, y de ahí entonces comenzamos con la pregunta:

¿Qué es el hombre?

Aquella pregunta la hizo Inmanuel Kant hace más de un siglo. Él señalaba que el hombre es un ser autónomo que expresa su autonomía a través de la razón de la libertad, para poder ser autónomo el hombre debe usar su razón independientemente y debe ser libre.  A esto agrega que:

Nuestro conocimiento está determinado por unas estructuras a priori no conocemos las cosas tal y como son en sí mismas, nosotros conocemos las cosas mediatizadas por nuestro sistema de conocimiento. No vemos el mundo, vemos nuestro mundo nos proyectamos en nuestro conocimiento de las cosas.

Y es esa pregunta, que de alguna manera mueve a los 4 protagonistas (e incluso a nosotros), cada uno en una situación diferente:

Wittgenstein en 1919 comienza a escribir  Tractatus Logico-Philosophicus, y hasta el momento, ha tenido una historia de horrores: vio como tres de sus cinco hermanos se suicidaban y fue prisionero de guerra. Su hermana, Hermione le reclama que como él, un hombre con tal potencial se desperdiciaba siendo profesor.

El panorama para el resto no era mejor: Walter Benjamin deambula junto a su mujer Dora, y su hijo por los cantones suizos con angustia creciente después de huir de su padre. Martin Heidegger abandona el cristianismo, se casa con la protestante Elfrie y logra al fin, con la ayuda de su maestro Husserl, la ansiada plaza de asistente con sueldo fijo en la universidad de Friburgo. Ernst Cassirer, por su parte, tal vez el personaje menos conocido y más entrañable de esta historia, frustrado por una carrera académica que no acaba de despegar, reflexiona en los interminables trayectos de tranvía a la Universidad entre el fuego de las ametralladoras en plena revuelta en Berlín.

             De izquierda a derecha: Ernst Cassirer, Martin Heidegger, Walter Benjamin y Ludwig Wittgenstein

 

Todos van a intentar contestar esta pregunta con caminos diferentes: Benjamin piensa en una filosofía que encumbre como razón de ser la crítica artística, fruto del cuestionamiento continuo que poseemos. Wittgenstein asume que lo que verdaderamente da sentido a la vida está fuera de los límites de lo enunciable y abandonará la filosofía. Heidegger, por el contrario, sabe que debe ser un filósofo. Y Cassirer, a diferencia del resto, repudiará toda esencia única y «mala metafísica» que pueda fundamentar el pensamiento y reclamará el valor del lenguaje y lo simbólico para dar cuenta de la naturaleza humana.

En marzo de 1929 estos hombres se reúnen, y son justamente Heidegger y Cassirer quienes tienen el mayor choque en ideas dado que son dos ideales opuestos de evolución política y cultural: el primero, buscaba una humanidad con iguales derechos y el segundo se oponía y buscaba que se perdiera la individualidad. Aquella vez, pudieron reunirse tranquilamente a debatir ideas y dar alguien por ganador (en esa ocasión.)

Casi tres años y medio después, en mayo de 1933, gracias a que el régimen nacionalsocialista nombró a Heidegger como rector de la Universidad de Friburgo, nuevamente se volvió a hacer una pregunta que aún ronda sin responderse completamente.

¿Qué es el hombre?

Quizá nunca podamos responderla del todo.

 

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