Controversias y discrepancias de lado, es innegable que Miguel Littin es uno de los más importantes (quizás EL más importante) cineasta de nuestra Historia. El dos veces nominado al Oscar en 1975 y 1982, y director de la que es (a gusto de quien les escribe) la mejor película chilena jamás creada, “El Chacal de Nahueltoro”, regresa hoy a saldar una deuda pendiente: el retrato fílmico definitivo de las últimas horas de Salvador Allende. Revisamos “Allende en su laberinto” y te lo comentamos aquí.

 

 

allendeensulaberintoHay tres reclamos recurrentes en torno a la cinematografía local: las insistentes referencias a la historia política de Chile, el sexo injustificado y los garabatos. Mucho de esto viene desde el prejuicio, porque (aceptémoslo) la verdad es que vemos poco de nuestro Cine. Revisando la previa de “Allende”, rápidamente surgen los comentarios… “¡Otra vez Allende! ¡El Golpe! ¡El Cine Chileno no sabe hablar de otra cosa!”, pero la verdad de las cosas es que si vemos nuestra filmografía local, escasamente se ha hablado directamente de Allende lejos del documental, y no existe un retrato dedicado y definitivo de aquella fatídica mañana de 11 de Septiembre. Es más, a mi memoria sólo llega “1973 revoluciones por minuto”, y la lista de “tantas películas chilenas sobre Allende” comienza a acabarse.  Eso es lo que Littin busca corregir con “Allende en su laberinto”: siente que necesita crear la instantánea fílmica decisiva de esas horas finales del primer Presidente Socialista elegido democráticamente en el Mundo en plena Guerra Fría. El desafío no era fácil, y para lograrlo, Littin trajo a bordo a uno de los mejores actores de nuestro medio: Daniel Muñoz. Era una apuesta: Daniel es un actor brillante, pero muy lejano en apariencia a la de Allende. Lamentablemente, esto es un asunto. La ilusión de la transfiguración no se logra: Daniel Muñoz se esfuerza, pero no deja de ser Daniel Muñoz en ropas de Allende. El juego de tener el verdadero rostro del presidente en los retratos y portadas de revista que los personajes ojean en la cinta tampoco ayuda. Sin ir más lejos, aquí está la piedra en el zapato de la cinta: las actuaciones. Mientras Daniel hace lo suyo y Aline Kuppenheim se ve solida en su rol de Payita, el resto del elenco secundario se siente desencajado, algo fuera de tono. Da la sensación de que el doblaje de voz sobre las actuaciones potencia este efecto plástico, especialmente durante el primer acto. Ya entrada en su desarrollo, con las fuerzas militares rodeando y atacando el palacio de La Moneda, la película se asienta y encuentra su norte. Las líneas prefabricadas dan paso a la acción, con efectos especiales simples pero efectivos que arman la emblemática batalla en el edificio de Morandé. Ahí,  solitario, dubitativo y ya en sus últimas horas, el Allende de Daniel Muñoz entrega sus mejores momentos, como un intercambio intimo entre él  y un joven combatiente que logra emocionar y recordarnos, lejos de los discursos tan conocidos y revisitados, el símbolo inequívoco de lo que Salvador Allende representa.

 

“Allende en su laberinto” es una experiencia dispar. Lejos de la prolijidad técnica de su último trabajo, “Dawson: Isla 10” y de la chispa genuina y poderosa de su “Chacal”, Littin arma por fin su añorada visión de Allende, imperfecta, pero necesaria e imperecedera. Porque la historia reciente es nuestra historia más que ninguna otra, y permitimos que el Cine de otras latitudes nos dicte clases de sus episodios propios todo el tiempo. Permitamos al Cine Chileno hacerse cargo de estos momentos sin tanto prejuicio, y siempre esperando que, no sin estas historias políticas, pero además de estas historias políticas, siga contando distintas, nuevas… Muchas, muchas más.

 

“Allende en su laberinto”, en salas de Cine de todo el país, via Market Chile.

 

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